sábado, 13 de octubre de 2012

George Harrison o la importancia del tercer hombre



Imaginemos, en un supuesto demencial, que la tripulación del Apolo 11, la misión espacial que consiguió pisar por primera vez la Luna en 1969, hubiera estado formada por John Lennon, Paul McCartney y George Harrison, en lugar de Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins.

Está claro que, haciendo una analogía con su protagonismo en los Beatles, Lennon y McCartney habrían sido quienes hubiesen dejado su huella en el satélite. Mientras, Harrison, como hizo Collins, se habría quedado orbitando a la espera de llevar a sus compañeros a casa. En otras palabras, a las puertas de la gloria. Sin embargo, sin su ayuda los héroes no podrían haber vuelto a la Tierra para contarlo y, de paso, forrarse dando conferencias.

Si a estas alturas os habéis preguntado por qué Ringo no llega a vestir la escafandra en esta absurda historia, pues qué queréis que os diga… Lo más probable es que se hubiera quedado en Houston por no haber pasado las pruebas físicas, o estuviera viendo por la tele la hazaña de sus compañeros, borracho perdido, en calzoncillos y tumbado del revés en la cama de un motel. O igual se le hubiera pasado verlo. El bueno de Ringo, qué huevazos, ¿eh?

En fin, esta introducción barata debería servir para llegar a contaros que, en los casi 20 años que la redacción de SPEAKERS’ CORNER lleva escuchando a los cuatro de Liverpool, ha pasado de admirar al dúo Lennon-McCartney a apreciar y posteriormente pasmarse ante el talento de George Harrison, un tipo con muchas caras.

Está el George tranquilo en plena Beatlemanía, el espiritual, con su Maharisi, los Hare Krisna y su look de hippie en plena psicodelia… Está el George rencoroso porque John y Paul arrinconaban sus composiciones… Está el George que tuvo los arrestos suficientes para, en la audición que hicieron para EMI, decirle a George Martin, el que sería el productor del grupo para toda su vida, que si había algo que no le había gustado de aquella sesión de grabación era su corbata, mientras los gallitos de la banda no decían “esta boca es mía”… Una persona peculiar y, sobre todo, un artista de gran valía, eclipsado por la máquina de hits Lennon-McCartney.


Estos son mis bemoles
Su flirteo con la composición comienza en 1963, cuando estando enfermo en cama, da forma a Don’t bother me (No me molestes), un título que, conociendo su carácter huraño por momentos, no extraña nada. Harrison explicaba que se trató de un ejercicio para averiguar si era capaz de componer. “Si dos tipos como John y Paul podían, por qué yo no”, aseguraba. El caso es que el tema pasó a formar parte del álbum With The Beatles.

No sería hasta Help, dos años después, cuando su nombre volviera a formar parte de los créditos de un álbum de los Beatles. Aportó You like me too much y la más popular I need you


Con todo, las verdaderas capacidades de Harrison se hicieron patentes en la etapa de madurez del grupo, en el llamado “album blanco” y, especialmente en Abbey Road. Del primero queda la intensa While my guitar gently weeps, donde conseguía arrancarle a la guitarra un verdadero llanto, mientras que el segundo encierra dos auténticas joyas: Something y Here comes the sun.

Sobre Something decía Frank Sinatra que era la más bella canción de amor sin necesidad de pronunciar las palabras mágicas: “I love you”. ¡Y qué decir de Here comes the sun! Además de ser, probablemente, la preferida de la redacción de este blog, tiene una historia magnífica.

Explicaba Harrison: "En Inglaterra el invierno dura una eternidad, así que cuando llega la primavera realmente te la has merecido. Un día decidí no ir a Apple [la discográfica que fundaron los Beatles, no la de Steve Jobs, aclaramos] y fui a la casa de Eric Clapton (...) Fui a pasear por el jardín con una de las guitarras acústicas de Eric y escribí Here Comes The Sun". Os podéis imaginar a Clapton, recogiendo su mandíbula del suelo cuando su colega George –aquél a quien “Mano lenta” le birlaría la mujer y seguirían siendo tan amigos–  interpretó para él, en histórica primicia, esta maravilla.

La ruptura de los Beatles, lejos de aplacar la creatividad de Harrison, la disparó. De hecho, su álbum All things must pass, supera en calidad a los discos de debut en solitario de sus antiguos compañeros: John Lennon/Plastic Ono Band y McCartney, respectivamente.

De hecho, en la excelente película documental de Martin Scorsese dedicada a Harrison, Living in the material world, se desliza la idea de que George, en los últimos coletazos de los Beatles, estaba reservando su arsenal para su inminente etapa en solitario. Así, material de primera como My sweet lord, Wah-wah, Isn’t a pity, Beware of darkness o la canción que daba título al álbum acabó haciendo de All things must pass lo mejor de toda la carrera de Harrison.




Mecenas del Frente Popular de Judea
De su etapa artística posterior, quedan destellos como el Concert for Bangladesh, buenos temas como Gimme love (Peace on Earth) o Horse to the Water y algún single pegadizo como el ochenteno Got my mind set on you. Sin embargo, lo cierto es que nuestro protagonista tampoco parecía muy dispuesto a seguir bajo los focos, alejado del ansia de notoriedad de Paul y John, cada uno a su manera. De esta forma, su estrella se fue apagando lentamente e hizo uso de su fortuna para dedicar incontables horas a cuidar el jardín de su mansión y a actividades filantrópicas como la que contaremos a continuación y SPEAKERS’ CORNER –qué decimos, el género humano–  jamás podrá agradecer lo suficiente.



¿Sabíais que sin George Harrison La vida de Brian muy probablemente no se habría rodado? En efecto. Cuando nuestro héroe supo, de boca de sus amigos de Monty Python, que EMI Films, una vez leído el guión, se negaba en redondo a financiar la película, se comprometió a poner el dinero. Para ello, tuvo que crear una productora e hipotecar su casa y un estudio de grabación. A su arriesgada apuesta empresarial debemos algunos de los mejores momentos del cine cómico, que sepamos hacer pintadas en latín correctamente y averiguar cómo los queseros –o todos los productores de lácteos, si no lo tomamos en sentido literal– estuvieron presentes en las Bienaventuranzas.

Y ahora yo me pregunto: ¿Qué ha hecho George Harrison por nosotros? Vosotros, que tenéis oídos, usadlos.

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