miércoles, 17 de octubre de 2012

La noche que fui Keith Moon


Keith Moon, batería de The Who, en pleno éxtasis artístico.

El 20 de noviembre de 1973, Scot Halpin, un chaval de 19 años recién llegado de Iowa a California, se preparaba para vivir una noche especial, aunque no sospechaba que sería la más extraña y apasionante de su vida.

The Who, su banda favorita, había agotado el papel para celebrar en el Cow Palace de San Francisco el concierto inaugural de la gira Quadrophenia. Halpin estaba dispuesto a cualquier cosa para vivir lo más cerca posible la intensidad del directo de los británicos. 13 horas en la cola junto a su amigo Mike Danese merecían la pena si conseguía que los Daltrey, Townshend y compañía le sudaran encima.

Tal era su fijación con The Who, que los teloneros de aquella noche, unos tal Lynrd Skynrd, no representaban para él más que un molesto trámite para llegar a lo verdaderamente importante.

Acabado el calentamiento a cargo de los autores de Sweet home Alabama, el público se abalanzó hacia el escenario para recibir a los cabeza de cartel. Nuestro protagonista, fan total del grupo pero con una querencia genética a los espacios abiertos del Midwest, desertó de la primera línea al poco rato y se dejó llevar por la marea humana a un costado del escenario.

Mientras tanto, sobre las tablas, The Who desarrollaban su actuación con aparente normalidad. Sólo aparente. Su batería, Keith Moon –uno de los mayores virtuosos de la percusión de la historia del rock, según los entendidos– daba rienda suelta a su hiperactividad baquetas en mano. Eso sí, bajo los efectos de un sedante para caballos que alguien le había suministrado. Y es que a Moon, además de la batería, le gustaba walkin’ on the wild side más que a un tonto un lápiz. 

Won’t get high again
Tras más de una hora de show y cuando la banda interpretaba Won’t get fooled again (véase la música de presentación de CSI Miami), Moon decidió hacer una cata del retrogusto y la astringencia del suelo. Rápidamente, se lo llevaron a los camerinos, a ver si conseguían espabilarle. Una inyección de cortisona obró el milagro y media hora después volvió a sacudir el pedal del bombo. Pero se veía que la situación estaba cogida con alfileres y, poco después, Morfeo susurró a Moon que casi mejor tocara un rato para él.

En ese instante, Mike Danese, el amigo que acompañaba a Scot Halpin, le persuadió para que se acercaran al acceso lateral del escenario. Ni corto ni perezoso, Danese se dirigió al promotor del concierto, Bill Graham, y le dijo que Halpin podría sustituir a Moon, pues su nivel era bueno y conocía perfectamente el repertorio. Graham, temiendo un motín si se suspendía el concierto, aceptó.

Al bueno de Pete Townshend, guitarrista y cantante de la banda, la decisión le pilló preguntando al público si había un batería en la sala. Y para cuando se dio la vuelta, Halpin ya estaba en su puesto, recibiendo instrucciones de un técnico.

Flotando en el cielo del rock y a la vez sudando para sobrevivir a un infierno de semicorcheas y fusas, Halpin se las arregló para no desentonar y acabó el concierto saludando al público como un Who más.

Como los turistas accidentales que eran, Halpin y Danese acabaron la noche dándose un festín en el buffet post-concierto y recibieron como recompensa a aquella simpática osadía unas cazadoras oficiales de la gira, que les duraron apenas unas horas, hasta que alguien se las distrajo.

Aquí tenéis las imágenes, resumidas, de lo que ocurrió aquella noche...

 

Olimpiadas de ultratumba
Halpin, fallecido en 2008, tuvo anécdota para toda la vida. No es para menos. De cuando en cuando, rememoraba el episodio si algún periodista se lo requería, aunque nunca pareció concederle excesiva importancia. Otras le dan el pase de pecho a un torero y las tienes en la tele hasta que la audiencia –y por qué no decirlo, esta sociedad enferma– las convierten en un juguete roto… Ejem.

Por su parte, Moon se quitó del tabaco 20 años antes que Halpin. Una sobredosis de pastillas para superar su adicción al alcohol, bonita paradoja, le proporcionó el billete a una jam session con Hendrix, Morrison, Joplin, etc. Antes, Moon dejó unas cuantas notas a pie de página en el decálogo del sex, drugs & rock and roll, con episodios míticos y tan imitados como “Sé que las teles de los hoteles pueden volar; si quieres, te lo miro”.

El bueno de Keith ni muerto ha podido llevar una (no) existencia tranquila. Recientemente, un espabilado de la organización de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Londres preguntó al manager de los Who si Moon estaría dispuesto a actuar en ella. El agente vino a decirle algo así: “Figura, tráeme una ouija y un vaso y consultamos su agenda”.

Y como premio por llegar al final de la lectura de este post, os dejo una rareza que he encontrado por el camino: The Who, ensayando Barbara Ann, de The Beach Boys.

 

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