Keith Moon, batería de The Who, en pleno éxtasis artístico. |
El 20 de noviembre de 1973, Scot Halpin, un chaval de 19 años recién
llegado de Iowa a California, se preparaba para vivir una noche especial, aunque
no sospechaba que sería la más extraña y apasionante de su vida.
The Who, su banda favorita, había agotado el papel para celebrar en el Cow
Palace de San Francisco el concierto inaugural de la gira Quadrophenia. Halpin estaba dispuesto a cualquier cosa para vivir lo
más cerca posible la intensidad del directo de los británicos. 13 horas en la
cola junto a su amigo Mike Danese merecían la pena si conseguía que los
Daltrey, Townshend y compañía le sudaran encima.
Tal era su fijación con The Who, que los teloneros de aquella noche, unos
tal Lynrd Skynrd, no representaban para él más que un molesto trámite para
llegar a lo verdaderamente importante.
Acabado el calentamiento a cargo de los autores de Sweet home Alabama, el público se abalanzó hacia el escenario para
recibir a los cabeza de cartel. Nuestro protagonista, fan total del grupo pero
con una querencia genética a los espacios abiertos del Midwest, desertó de la
primera línea al poco rato y se dejó llevar por la marea humana a un costado
del escenario.
Mientras tanto, sobre las tablas, The Who desarrollaban su actuación con aparente
normalidad. Sólo aparente. Su batería, Keith Moon –uno de los mayores virtuosos
de la percusión de la historia del rock, según los entendidos– daba rienda
suelta a su hiperactividad baquetas en mano. Eso sí, bajo los efectos de un
sedante para caballos que alguien le había suministrado. Y es que a Moon,
además de la batería, le gustaba walkin’
on the wild side más que a un tonto un lápiz.
Won’t get high again
Tras más de una hora de show y cuando la banda interpretaba Won’t get fooled again (véase la música
de presentación de CSI Miami), Moon decidió hacer una cata del retrogusto y la
astringencia del suelo. Rápidamente, se lo llevaron a los camerinos, a ver si conseguían
espabilarle. Una inyección de cortisona obró el milagro y media hora después
volvió a sacudir el pedal del bombo. Pero se veía que la situación estaba
cogida con alfileres y, poco después, Morfeo susurró a Moon que casi mejor
tocara un rato para él.
En ese instante, Mike Danese, el amigo que acompañaba a Scot Halpin, le
persuadió para que se acercaran al acceso lateral del escenario. Ni corto ni
perezoso, Danese se dirigió al promotor del concierto, Bill Graham, y le dijo
que Halpin podría sustituir a Moon, pues su nivel era bueno y conocía
perfectamente el repertorio. Graham, temiendo un motín si se suspendía el
concierto, aceptó.
Al bueno de Pete Townshend, guitarrista y cantante de la banda, la decisión
le pilló preguntando al público si había un batería en la sala. Y para cuando
se dio la vuelta, Halpin ya estaba en su puesto, recibiendo instrucciones de un
técnico.
Flotando en el cielo del rock y a la vez sudando para sobrevivir a un infierno
de semicorcheas y fusas, Halpin se las arregló para no desentonar y acabó el
concierto saludando al público como un Who más.
Como los turistas accidentales que eran, Halpin y Danese acabaron la noche dándose
un festín en el buffet post-concierto y recibieron como recompensa a aquella simpática
osadía unas cazadoras oficiales de la gira, que les duraron apenas unas horas,
hasta que alguien se las distrajo.
Aquí tenéis las imágenes, resumidas, de lo que ocurrió aquella noche...
Olimpiadas de ultratumba
Halpin, fallecido en 2008, tuvo anécdota para toda la vida. No es para
menos. De cuando en cuando, rememoraba el episodio si algún periodista se lo
requería, aunque nunca pareció concederle excesiva importancia. Otras le dan el
pase de pecho a un torero y las tienes en la tele hasta que la audiencia –y por
qué no decirlo, esta sociedad enferma– las convierten en un juguete roto… Ejem.
Por su parte, Moon se quitó del tabaco 20 años antes que Halpin. Una
sobredosis de pastillas para superar su adicción al alcohol, bonita paradoja,
le proporcionó el billete a una jam
session con Hendrix, Morrison, Joplin, etc. Antes, Moon dejó unas cuantas
notas a pie de página en el decálogo del sex,
drugs & rock and roll, con episodios míticos y tan imitados como “Sé
que las teles de los hoteles pueden volar; si quieres, te lo miro”.
El bueno de Keith ni muerto ha podido llevar una (no) existencia tranquila.
Recientemente, un espabilado de la organización de la ceremonia inaugural de
los Juegos Olímpicos de Londres preguntó al manager de los Who si Moon estaría
dispuesto a actuar en ella. El agente vino a decirle algo así: “Figura, tráeme
una ouija y un vaso y consultamos su agenda”.
Y como premio por llegar al final de la lectura de este post, os dejo una rareza que he encontrado por el camino: The Who, ensayando Barbara Ann, de The Beach Boys.
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